Pedro Páramo. Juan Rulfo [es]
Encaro esta reseña con algo de prevención porque para mí es una de las mejores novelas, si no la mejor, que he leído. Acabada por Juan Rulfo en 1955 y publicada en México por el FEC es un referente de la literatura hispanoamericana.
Ya comentamos otra de sus obras: El Llano en llamas. Juan Rulfo no fue un autor muy prolífico, básicamente es la colección de cuentos y Pedro Páramo lo que sustancia la producción del escritor, aunque también hay una novela corta; pero solamente esto le llega al autor mexicano para ocupar un lugar de honor en la narrativa mundial e inaugurar el llamado boom latinoamericano y acabar con la literatura revolucionaria. Mi opinión no tiene ninguna autoridad, pero Borges y García Márquez consideran esta novela que nos ocupa una de las mejores de la literatura universal.
El estilo narrativo de Rulfo se caracteriza por vocablos populares, vulgarismos, interrupciones, desorden cronológico, analepsis y una poesía latente y oscura. El lector llegará un momento en que se despiste a causa del narrador y se pregunte si está hablando Pedro Páramo o Juan Preciado.
Pedro Páramo crece rodeado de muerte y desolación. Es un cacique local al que pertenecen las tierras de La Media Luna. Representa el poder más corrupto, brutal y la violencia más atroz. Es retratado como un personaje malvado, enamorado de Susana San Juan, amor de su juventud. Para conseguir ese amor mata al padre de la chica. Sin embargo, Susana está desequilibrada, y la falta de sosiego de su alma la aparta definitivamente de Pedro Páramo.
Juan Preciado es hijo de Pedro Páramo y Dolores Preciado. Acude al pueblo de Comala para cumplir la última voluntad de su madre de exigir cuentas a su padre. En este viaje se esperanza en encontrar el lugar al que pertenece, pero esta ilusión se ve frustrada porque su padre ya había muerto, y Comala es ahora un pueblo fantasma.
La iglesia mexicana está representada por el padre Rentería. Ser despreciable que encarna la corrupción y que se pone del lado de los ricos olvidándose de los pobres. El padre Rentería, acepta el soborno de Pedro Páramo para que interceda por su hijo Miguel muerto, otro ser despreciable, pero esto le provoca un conflicto moral, le puede el sentimiento de culpa porque toma conciencia de que sus servicios como sacerdote solo los presta a los ricos.
La novela tiene cierta complejidad y puede no enganchar a la primera e, incluso, puede haber algún lector que, debido, al cambio de narrador, sobre todo, no perciba el estatus real de los personajes y sus líneas del tiempo se solapen y produzcan confusión. Aquí, el realismo mágico alcanza una gran perfección.
Pedro Páramo narra una historia de desasosiego, de vivos y muertos todos muertos, de violencia y maldad. La obra es muy “mexicana”, por así decirlo, aunque las conductas humanas exhibidas por los personajes tienen una gran “universalidad”.
Hay unos ejes sobre los que gira la historia, algunos ya presentes en los relatos de El Llano en llamas:
Ecos y fantasmas, populismo, revolución, caciquismo, corrupción, tiranía, trascendencia, olvido, viaje del héroe y su búsqueda, simbolismo, tradición…
Es de destacar, además de la flora, la presencia destacada de animales en la obra: “el trote rebotado de los burros”, “había visto también el vuelo de las palomas rompiendo el aire quieto, sacudiendo sus alas como si se desprendieran”, “Oigo el aullido de los perros y dejo que aúllen”, “espantando con sus pasos a los perros que husmeaban en las basuras”, “Está en mitad del campo mirando pasar las parvadas de los tordos”, “Un zopilote solitario se mecía en el cielo”, “Una bandada de cuervos pasó cruzando el cielo vacío, haciendo cuar, cuar, cuar” y más. Muchos de estos recursos añaden misterio y oscuridad y son hábilmente utilizados por Rulfo.
Los que hayáis leído la novela o penséis leerla comprobaréis que la mención de los perros no es gratuita, pues su aullido está relacionado con la muerte y esta, en la novela, es un elemento central (no quiero destripar nada). En algunas de las reimpresiones de Pedro Páramo aparecen los perros macabros y huesudos. He decidido ilustrar esta breve reseña con un perro esquelético y una lápida, algo tan simbólico como evidente.
Un fragmento de la obra:
“Sentí el retrato de mi madre guardado en la bolsa de la camisa, calentándome el corazón, como si ella también sudara. Era un retrato viejo, carcomido en los bordes; pero fue el único que conocí de ella. Me lo había encontrado en el armario de la cocina, dentro de una cazuela
llena de yerbas: hojas de toronjil, flores de Castilla, ramas de ruda. Desde entonces lo guardé. Era el único. Mi madre siempre fue enemiga de retratarse. Decía que los retratos eran cosa de brujería. Y así parecía ser; porque el suyo estaba lleno de agujeros como de aguja, y en dirección del corazón tenía uno muy grande, donde bien podía caber el dedo del corazón.
Es el mismo que traigo aquí, pensando que podría dar buen resultado para que mi padre me reconociera.
-Mire usted -me dice el arriero, deteniéndose- ¿Ve aquella loma que parece vejiga de puerco? Pues detrasito de ella está la Media Luna. Ahora voltié para allá. ¿Ve la ceja de aquel cerro? Véala. Y ahora voltié para este otro rumbo. ¿Ve la otra ceja que casi no se ve de lo lejos que está? Bueno, pues eso es la Media Luna de punta a cabo. Como quien dice, toda la tierra que
se puede abarcar con la mirada. Y es de él todo ese terrenal. El caso es que nuestras madres nos malparieron en un petate aunque éramos hijos de Pedro Páramo. Y lo más chistoso es que él nos llevó a bautizar. Con usted debe haber pasado lo mismo, ¿no?
-No me acuerdo.
-¡Váyase mucho al carajo!”.
La conjura de los necios. John Kennedy Toole [es]
Cuando en el mundo aparece un verdadero
genio, puede identificársele por este signo:
todos los necios se conjuran contra él.
Johnathan Swift
Ignatius Reilly, el protagonista de esta novela, es un tipo raro, una especie de Don Quijote con sobrepeso que ha cambiado La Mancha por Nueva Orleans.
El autor es John Kennedy Toole, alguien que se suicidaría antes de ver su novela publicada, algo que sucedería bastantes años después gracias al empeño de su madre. Toole crea un personaje que es, al mismo tiempo, zampabollos, gorrón, vanidoso, intelectual, amigo de filias y de fobias, pantagruélico y con problemas gastrointestinales. Estos problemas se centran en la válvula pilórica, que se le cierra periódicamente como reacción a la ausencia de una geometría y una teología adecuadas. Es solo una excusa para que lo dejen en paz. Creo que, la mayoría de nosotros, hemos conocido a muchos propietarios de válvulas pilóricas que se cierran convenientemente.
La novela se caracteriza por su original estilo narrativo, que aúna elementos de la comedia y la tragedia. Toole, a través del personaje principal, examina temas como la alienación, la locura y la lucha contra la conformidad e, incluso, la vuelta a valores tradicionales (medievales). La obra tiene una gran profundidad psicológica y una gran capacidad para retratar las desdichas humanas de manera realista y, a veces, descacharrante.
Le hacen el coro a Ignatius unos personajes muy delimitados y con mucha personalidad:
Su peculiar amiga, Myrna Minkoff, la cual tiene una visión del mundo del todo distinta. Así, dispersas a lo largo de la novela, en diversas cartas se manifiesta una tensa relación de amor/odio. En el afán de Ignatius está el impresionarla.
La señora Reilly. Es la madre viuda de Ignatius. Quiere a su hijo, pero se queja de que después de todo el dinero que ha gastado en su educación, él no ha logrado hacerse camino en la vida. Irene Reilly es una mujer bien intencionada pero que se pone nerviosa con facilidad y peca de superficial. Bebe demasiado y tiene una relación obsesiva con su hijo, al que controla, mima y malcría continuamente. La novela deja traslucir que la señora Reilly es alcohólica (guarda una botella de vino en el horno). Irene permite que Ignatius dependa de ella económicamente, aunque, en otros momentos, le reprocha no haber logrado independencia.
El patrullero Mancuso es un agente de policía bastante inepto a quien su sargento lo castiga a llevar un traje distinto cada día y lo amenaza con echarlo del cuerpo si no arresta a algún sospechoso. Es esposo y padre de tres hijos, pero serio e inexperto. Intenta arrestar a Ignatius al comienzo de la novela.
Claude Robichaux es un viejo compasivo que se enamora de la señora Reilly después de verla defender a su hijo, a las puertas de una tienda cuando el patrullero Mancuso intenta arrestar a Ignatius. Es un abuelo y ciudadano respetable que entabla una relación romántica con la señora Reilly. Su intento de defender a Ignatius del arresto injusto por parte de Mancuso al comienzo de la novela deriva en su propio arresto, después de ser acusado por Ignatius.
Hay otros personajes bien caracterizados que no voy a reseñar para no hacer muy larga esta recensión.
La conjura de los necios es una disparatada, acre e inteligentísima novela. Su protagonista es una imagen esperpéntica de la frustración y del desencanto. Es, como dije, un quijote en Nueva Orleans, que aquí más bien semeja una ciudad portuaria mediterránea que una ciudad estadounidense. La novela es radicalmente divertida y ácida a la vez. La carcajada se escapa a borbotones por las rendijas de la trama en situaciones desproporcionadas y grotescas. Si Don Quijote se vistió de caballero andante, Ignatius se viste de pirata para vender salchichas y predica valores medievales, estoicismo y teología. ¡Absurdo!
Mientras Ignatius consideraba el placer que aquel pequeño juego de béisbol proporcionaba a la humanidad, los dos ojos tristes y ávidos avanzaron hacia él entre la multitud como torpedos dirigidos a un petrolero grande y lanudo. El policía dio un tirón a la bolsa de papel de partituras de Ignatius.
—¿Tiene usted algún documento de identificación, señor? —preguntó el policía, en un tono de voz que indicaba que tenía la esperanza de que Ignatius fuese oficialmente inidentificable.
—¿Qué? —Ignatius bajó la vista hacia la enseña de la gorra azul—. ¿Quién es usted?
—Enséñeme su carnet de conducir.
—Yo no conduzco. ¿Sería usted tan amable de largarse? Estoy esperando a mi madre.
—¿Qué es lo que cuelga de esa bolsa?
—¿Qué cree usted que va a ser, imbécil? Una cuerda para mi laúd.
—¿Qué es eso? —el policía retrocedió un poco—. ¿Es usted de la ciudad?
—¿Acaso la tarea del departamento de policía es acosarme a mí cuando esta ciudad es la desvergonzada capital del vicio del mundo civilizado? —atronó Ignatius, por encima del gentío que había frente a los grandes almacenes—. Esta ciudad es famosa por sus jugadores, prostitutas, exhibicionistas, anticristos, alcohólicos, sodomitas, drogadictos, fetichistas, onanistas, pornógrafos, estafadores, mujerzuelas, por la gente que tira la basura a la calle, por sus lesbianas… gentes todas que viven en la impunidad mediante sobornos. Si tiene usted un momento, estoy dispuesto a discutir con usted el problema de la delincuencia; pero no cometa el error de fastidiarme a mí.
El policía agarró a Ignatius por el brazo, pero fue agredido en la gorra con las partituras musicales. La cuerda colgante del laúd le dio en la oreja.
—Eh —protestó el policía.
—¡Toma eso! —gritó Ignatius, percibiendo que estaba empezando a formarse un círculo de compradores interesados.
Para mí, es una obra maestra que no ha sido suficientemente valorada. Recomiendo su lectura sin la menor duda. Yo leí la edición de Anagrama de 368 páginas.
Tabacaria. Álvaro de Campos [es] [pt]
De vez en cuando la prosa de esta sección se interrumpirá por algún poema o poemario. Para inaugurar esta contingencia nada mejor que Tabacaria de Álvaro de Campos (uno de los heterónimos de Fernando Pessoa). Yo lo traduzco por Tienda de tabacos o, simplemente, Estanco, lo de Tabaquería no me acaba de llenar.
Recuerdo que cuando leí estos versos por primera vez supe que estaba ante un poeta único. Tengo en mi modesta biblioteca unos doce o catorce libros de Pessoa, la mayoría en portugués; me gusta leerlo en su idioma original.
(Come chocolates, pequena;
Come chocolates!
Olha que não há mais metafísica no mundo senão chocolates.
Olha que as religiões todas não ensinam mais que a confeitaria.
Come, pequena suja, come!
Pudesse eu comer chocolates com a mesma verdade com que comes!
Mas eu penso e, ao tirar o papel de prata, que é de folha de estanho,
deito tudo para o chão, como tenho deitado a vida.)
***
(Come chocolates, muchacha,
¡Come chocolates!
Mira que no hay más metafísica en el mundo sino chocolates.
Mira que todas las religiones no enseñan más que confitería.
¡Come, sucia muchacha, come!
¡Si yo pudiese comer chocolates con la misma verdad con que tú los comes!
Pero yo pienso y al arrancar el papel de plata, que es de estaño,
tiro todo al suelo, como tengo tirada mi vida)
Aquí es Álvaro de Campos quien escribe, pero con el tiempo me fui dando cuenta que los heterónimos no son los álter ego de Pessoa, tampoco sus pseudónimos. Son sus vidas paralelas con encuentros y desencuentros, con sus sosiegos y desasosiegos. Pessoa adjudica una vida real a cada uno de sus heterónimos. Así Alvaro de Campos, nació el 15 de octubre en Tavira, en el Algarve. Ingeniero de profesión, estudió la carrera de ingeniería naval en Glasgow. Pero la ingeniería de Campos es una ineniería metafísica, es un hombre alto y cosmopolita, que ha estudiado en Escocia y que usa monóculo.
¿Cómo no embelesarse bajo la influencia de Tabacaria? Ha pasado mucho tiempo desde que lo leí por primera vez. Desde entonces lo he leído muchas veces, pero cada lectura me trae nuevos descubrimientos. Quiénes somos, hacia dónde vamos, nuestra pequeñez en el mundo, el desasosiego de las preguntas sin respuesta… La metafísica del chocolate, la religión y lo indescifrable resulta ser lo más vulgar y prosaico. Lo que parece un momento optimista dentro del pesimismo del poema (la envidia del autor ante la niña comiendo chocolate) deriva en un fracaso al comprobar que el papel de plata es una hoja de estaño que tira al suelo, donde está, también, la vida del poeta.
Não sou nada.
Nunca serei nada.
Não posso querer ser nada.
À parte isso, tenho em mim todos os sonhos do mundo.
***
No soy nada.
Nunca seré nada.
No puedo querer ser nada.
Aparte de eso, tengo en mí todos los sueños del mundo.
Todo lo que está fuera, al otro lado de la ventana es desconocido, un misterio. Pero, también hay asombro cuando mira la gente cruzar la calle. La ventana no solamente separa al que mira del mundo exterior, también es un observatorio que mira hacia adentro y descubre que hay una ventana igual de brumosa com o mistério das coisas por baixo das pedras e dos seres/ com a morte a pôr umidade nas paredes e cabelos brancos nos homens.
Álvaro de Campos confiesa su fracaso:
Falhei em tudo.
Como não fiz propósito nenhum, talvez tudo fosse nada.
A aprendizagem que me deram,
desci dela pela janela das traseiras da casa.
Fui até ao campo com grandes propósitos.
Mas lá encontrei só ervas e árvores,
e quando havia gente era igual à outra.
Saio da janela, sento-me numa cadeira. Em que hei de pensar?
***
Fracasé en todo.
Como no tuve propósito alguno tal vez todo fue nada.
Lo que me enseñaron
lo eché por la ventana del patio.
Ayer fui al campo con grandes propósitos.
encontré sólo hierbas y árboles
y la gente que había era igual a la otra.
Dejo la ventana y me siento en una silla. ¿En qué voy a pensar?
Salir de casa, ir al campo y solo encontrar hierbas y árboles y cuando encuentras gente resulta que es igual que el resto. El poeta está demasiado lúcido y, tal vez, con un exceso de conciencia, lo que le hace ver la felicidad como una hipótesis imposible.
O homem saiu da Tabacaria (metendo troco na algibeira das calças?).
Ah, conheço-o: é o Esteves sem metafísica.
(O Dono da Tabacaria chegou à porta.)
Como por um instinto divino o Esteves voltou-se e viu-me.
Acenou-me adeus, gritei-lhe Adeus ó Esteves! e o universo
reconstruiu-se-me sem ideal nem esperança, e o Dono da Tabacaria sorriu.
***
El hombre salió del estanco (¿guardando el cambio en el bolsillo del
pantalón?).
Ah, lo conozco, es Esteves, que ignora la metafísica.
(El dueño del estanco aparece en la puerta).
Movido por un instinto adivinatorio, Esteves se vuelve y me reconoce;
me saluda con la mano y yo le grito ¡Adiós, Esteves! y el universo
se reconstruye en mí sin ideal ni esperanza
y el dueño del estanco sonrió.
El poema sigue y nos muestra la degradación a la que se somete a sí mismo cuando ve el mundo a través de una ventana. Es Álvaro de Campos un poeta nada bucólico, como sería Alberto Caeiro (guardián de rebaños). Es alguien que se decepciona ante la vida y está lleno de un subjetivismo absurdo. Se afana en escribir sobre las sensaciones y en percibir y expresar las emociones de todas las maneras de que es capaz. Tengo que reconocer que su pesimismo me influyó poderosamente a la hora de escribir.
Como diría el propio Álvaro de Campos:
Mas ao menos fica da amargura do que nunca serei.
A caligrafia rápida destes versos,
Pórtico partido para o Impossível.
***
Pero al menos queda la amargura de lo que nunca seré.
La caligrafía rápida de estos versos,
pórtico roto a lo imposible.
La península de las casas vacías. David Uclés [es]
Cuando inauguré esta sección del blog, mi idea era, y sigue siendo, circunscribirme a la literatura contemporánea, pero no actual (espero que se sepa diferenciar el matiz). Sin embargo voy a hacer una excepción, que espero no volver a repetir. El motivo de esta distinción es que tuve la ocasión de escuchar al autor en un club de lectura, de leer posteriormente su obra y de comprobar que esta es el éxito del momento.
La península de las casas vacías es una creación muy peculiar de David Uclés. Un servidor se adentró en la narrativa de la llamada Guerra Civil con Alfileres en los ojos de los jilgueros (Elvo Editorial), para lo que estuve más de un año dedicado a documentarme sobre ese lamentable suceso antes de empezar a escribir la novela, que me llevaría otro año. El autor de La península de las casas vacías estuvo mucho más tiempo (quince años escribiendo y reescribiendo), pero con el afán de unir realismo mágico con lo onírico y hasta con lo absurdo para contar el peregrinar de la familia Ardolento por una Iberia azotada por la guerra civil (Ardolento o Arlodento, según el funcionario de turno que registrase el apellido). Estos eran originarios del pueblo jienense de Jándula (trasunto de Quesada).
Creo que el autor busca, conscientemente, alejarse de la realidad histórica y de los hechos documentados. El narrador, sin embargo, interviene de forma activa al contar las andaduras de Odisto Ardolento (chocante filiación), su mujer, María, y los siete hijos que acaban dispersándose por toda la Península a consecuencia del devenir de la guerra y, además, anticipa el cruel destino de los miembros de la saga.
La filiación política del patriarca de la familia protagonista no es ni de izquierdas ni de derechas, sino de campo; una manera de decir que sería un damnificado por la gracia del destino, sin comerlo ni beberlo.
A pesar de la crudeza de los hechos, Uclés introduce momentos y situaciones tan absurdas que nos hace rendirnos ante su gran imaginación: perdices azuladas que criarlas era algo precioso porque las soltaban y volaban alto pero luego volvían al atardecer; que si curaban varias enfermedades, como la erisipela, para lo cual solo había que frotarse el buche de la perdiz por la cara; que si los zureos en noches de luna nueva eran más agudos que en luna llena, que los estorninos se llenaban de agua y reventaban, que había lluvia de garbanzos, que un soldado se rajaba la piel para dejar salir la ceniza acumulada, que un poeta cosía la sombra de una niña tras un bombardeo o la invasión en los meses de verano de inusuales y premonitorias acelgas (“Desde hacía tres meses, muchos fueron los janduleses que confesaban haber visto crecer brotes ubérrimos de acelgas, pero hasta entonces solo habían sido rumores. La confirmación llegó a todo el pueblo aquel mismo amanecer. En Jándula, que aquella planta creciera con fuerza y a una velocidad impropia era señal de que una guerra había comenzado, más aun si el crecimiento tenía lugar en los únicos meses del año en los que no crecían matas de acelgas”).
Se muestra el fragor de las grandes batallas por todos conocido o las tan deleznables masacres de Badajoz o Málaga. En estos momentos, el autor abandona el realismo mágico y se vuelve más documentalista. Sin embargo, creo que la aniquilación y exterminio de La Desbandá queda un poco diluido, claro está que mi sensibilidad con este episodio se encontró siempre en un grado hiperexcitado y mi óptica puede estar sesgada, o no.
En algún momento de la novela aflora con gran fuerza la desdoctrinación. Odisto debe abandonar su pueblo porque el miliciano que manda allí y que lleva a gala su papel de exterminador de ricos, lo ha amenazado de muerte. El campesino desideologizado, apolítico, hombre de campo sin grandes propiedades, aconseja a sus hijos no hacer caso de la política y tratará de mantener una postura neutral durante su errabundo itinerario por Iberia. Alguien le dice: “Usted es el hombre más fuerte de todo este libro y resulta un buen ejemplo del campesino que todo lo sabe y aguanta”. Esto nos recuerda a los que nacimos más allá de la posguerra y sufrimos el franquismo cuando recibimos el consejo de nuestra madre: “Hijo, tú no te metas en política”.
¿Cómo se retrata a Franco? Pues como se merece. El autor se atreve a citarse con el mismísimo Caudillo en su papel de narrador.
“Francisco Franco Bahamonde acudió a Toledo, que según el cardenal Gomá había vivido dos meses sin alma, al día siguiente de la liberación del alcázar. Se sentía radiante, feliz por haber logrado una victoria tan simbólica y por el baño de masas que se estaba dando. Aconsejado por su cuñado, que sabía mucho de propaganda, decidió tomarse una foto junto a las ruinas, pero a punto de posar para la instantánea, recibió un telegrama urgente que hizo que tuviera que abandonar el lugar ipso facto.
El apremiante y extemporáneo telegrama decía lo siguiente: Soy el narrador de esta historia. Estaré toda la noche delante del Conde de Orgaz. Le estaré esperando, por si quiere venir y conversar conmigo…
…El militar entró de rondón y algo colérico en el templo, por la puerta posterior, donde precisamente estaba la pintura.
Ya dentro, cerraron a cal y canto y vigilaron todas las salidas. En la antesala de la nave principal, delante de la enorme pintura de El entierro del conde de Orgaz y de rodillas en un reclinatorio, yo lo estaba esperando…
Ni siquiera hizo por mirarme. ¿No tendría curiosidad por saber a quién me parecía? El orgullo le pudo más que la curiosidad. Tampoco se dirigió a mí, así que fui yo quien rompió…”
¿Qué nos aporta esta obra? Pues depende. Depende de los que se acerquen a la novela sin ningún interés por la Historia, de los que consideren un sacrilegio impregnar de realismo mágico y fantasía absurda estos lamentables hechos o de los que estén abiertos a un enfoque inédito de estos episodios. Sea de una forma o de otra, sepan que lo emocional siempre eclipsará a lo documental.
Yo nunca me habría atrevido a este audaz e industrioso proyecto que podría haber derivado en un resultado deslucido y poco comprendido por el lector, sin embargo, David Uclés nos ofrece una novela que tendrá un hueco extraordinario y duradero en las estanterías de bibliotecas y lectores.
El libro tiene unas setecientas páginas y ha sido editado por Editorial Siruela.
Rayuela. Julio Cortázar [es]
Tengo que empezar siendo sincero. Yo no le recomendaría este libro a cualquiera. No se acerca al galimatías de Ulises de Joyce, alabado exponente de la vanguardia modernista y donde la prosa tradicional no aparece por ningún sitio y se adopta un hiperbólico y enrevesado enfoque experimental de la escritura. Pero es un libro críptico lleno de continuas referencias culturales que llega a convertirse en un infodumping exagerado y, por otra parte, también hay un exceso de metaliteratura. Para los que hayan leído los relatos de Cortázar les dará una pista el hecho de que Rayuela es otra cosa.
En la novela se mezcla la poesía, el cuento, el teatro y el propio género narrativo. Entender la intención del autor a lo largo de todo el libro es una tarea titánica, basta decir que hay un capítulo, el sesenta y ocho, escrito en glíglico plagado de jitanjáforas y cuyo resultado es bastante incomprensible. Un ejemplo:
“Apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso y caían en hidromurias, en salvajes ambonios, en sustalos exasperantes. Cada vez que él procuraba relamar las incopelusas, se enredaba en un grimado quejumbroso y tenía que envulsionarse de cara al nóvalo, sintiendo cómo poco a poco las arnillas se espejunaban, se iban apeltronando, reduplimiendo, hasta quedar tendido como el trimalciato de ergomanina al que se le han dejado caer unas fílulas de cariaconcia”.
Es una novela para amarla o para odiarla. Hasta el orden de lectura de los capítulos es opcional. Es un juego, como el propio título. Yo diría que es una novela inclasificable. Quizás es lo que pretendía Cortázar.
Hablemos de los personajes. La Maga, personaje según parece, inspirado en la escritora argentina Edith Aron, es una mujer humillada en la obra casi hasta lo caricaturesco por su extremada inocencia y por no estar a la altura intelectual de su protagonista masculino, algo por lo que muchos lectores consideran que este personaje ha sido creado desde una perspectiva bastante machista. La Maga, en Rayuela, es una joven uruguaya que tiene un hijo y ninguna inquietud intelectual. Cuando Cortázar conoció a la escritora argentina le dijo: Quiero escribir un libro mágico. Ese libro fue Rayuela y, según confesó después a su editor y a la propia Edith por carta, ella le inspiró el personaje de La Maga.
El personaje masculino principal de Rayuela, Horacio Oliveira, es un argentino de cuarenta y cinco años y que dice saber mucho de todo y se burla de La Maga con absoluta naturalidad porque es incapaz de participar en las discusiones literarias y tan sesudas del Club de la Serpiente. Es un hombre en crisis existencial, un intelectual en exceso analítico, que encuentra su oposición en La Maga, pura existencia, expresión vivencial sin mediaciones culturales. Ella es ignorante, espontánea, incapaz de un pensamiento elaborado. Por sus convenciones, La Maga es una criatura ingenua, sin dobleces e intuitiva. Se la presenta subyugada a Horacio.
Resumiendo mucho, la novela muestra una dualidad intuición-razón. El final es ambiguo, no se sabe con certeza si Horacio se suicida. En 1962, Julio Cortázar publicó Historias de cronopios y de famas. En ella nos habla de los cronopios, que son descritos como seres soñadores, románticos y un tanto idealistas y caóticos. Los famas, que son seres organizados, metódicos y racionales. Introduce también a los esperanzas, que representan una mezcla de las características de los cronopios y los famas. Sin embargo, en Rayuela, la dualidad es manifiesta como lo son las características de Don Quijote y Sancho Panza.
“—Esta chica lo dejaría verde a Santo Tomás —dijo Oliveira.
—¿Por qué Santo Tomás? —dijo la Maga—. ¿Ese idiota que quería ver para creer?
—Sí, querida —dijo Oliveira, pensando que en el fondo la Maga había embocado el verdadero santo. Feliz de ella que podía creer sin ver, que formaba cuerpo con la duración, el continuo de la vida. Feliz de ella que estaba dentro de la pieza, que tenía derecho de ciudad en todo lo que tocaba y convivía, pez río abajo, hoja en el árbol, nube en el cielo, imagen en el poema. Pez, hoja, nube, imagen: exactamente eso, a menos que…”
En 1963, Rayuela significó algo distinto debido a su innovación y a la novedad de la invitación a leerla en un orden de capítulos distinto al habitual. Además de su innovadora forma, la novela aborda temas complicados y oscuros como la búsqueda de identidad, el amor, la soledad y el sentido de la existencia. Rayuela no solo hace referencia al juego infantil (en el que se va saltando de casilla en casilla a voluntad, como el orden de lectura de los capítulos de la obra), sino que también encierra la esencia de la novela que es vista como un lugar de exploración, donde el lector se convierte en colaborador activo para atribuirle significado a la historia que se narra. La obra tuvo y tiene un gran impacto en la literatura contemporánea y, sobre todo, hispanoamericana.
Para acabar, ¿recomiendo la lectura de Rayuela? Sí. ¿A todos los lectores? No.
El Llano en llamas. Juan Rulfo [es]
Ya mataron a la perra, pero quedan los perritos.
Corrido popular.
Queramos confesarlo o no, todos tenemos nuestras filias y nuestras fobias y Juan Rulfo, lo confieso, es una de mis debilidades. El Llano en llamas anticipa, me parece, por su clima, contexto y estilo Pedro Páramo, una de las mejores novelas que he leído.
A quien siga a Juan Rulfo el poblado de Comala, ubicado en el estado de Colima, México, le dirá todo. También es el escenario de la novela Pedro Páramo, publicada unos años después de El Llano en llamas. Es en su paisaje, siempre seco y árido, en el que vive gente huraña y miserable, aquella que representa a los campesinos mexicanos que malviven sin esperanza, tras el fracaso de la esperada revolución mexicana. Este paisaje, con su flora y su fauna, tiene mucho protagonismo en todos los relatos, dieciséis más, que junto con este componen el conjunto del mismo título.
Cuenta las aventuras de un guerrillero durante algún conflicto armado, alguno de la Revolución Mexicana, con más probabilidad, o de la Guerra Cristera. Como mucha de la prosa de Rulfo está llena de un vocabulario que solo tiene sentido para los mejicanos, pero es fácil de aprehender gracias al contexto. Rulfo emplea una variedad de registros y tonos con los que afronta la imperante violencia, ingrediente principalísimo. Es el reflejo de una realidad brutal, pero chocantemente bella.
Todos los cuentos destilan desesperanza y dejan traslucir el fracaso ineludible de la lucha de los campesinos. La Perra y sus hijos, los Joseses, son personajes fracasados, unos personajes rulfianos prototípicos. El relato, en primera persona, rezuma decepción y naufragio: Para decir mejor las cosas, ya teníamos algún tiempo sin pelear, sólo de andar huyendo el bulto; por eso resolvimos remontarnos los pocos que quedamos, echándonos al cerro para escondernos de la persecución. Y acabamos por ser unos grupitos tan ralos que ya nadie nos tenía miedo.
Arden los ranchos y el Llano, pero no es un fuego purificador. Es la desesperanza y la muerte bajo las ráfagas de las ametralladoras.
El rastro de tu sangre en la nieve. Gabriel García Márquez [es]
Es la primera vez que hago esto. Siento la necesidad de hacerlo. Voy a escribir unas reflexiones sobre El rastro de tu sangre en la nieve, un relato de Gabriel García Márquez.
Los personajes principales son Billy Sánchez de Ávila y Nena Daconte (el dúo musical de este nombre hace honor a este último personaje). El relato forma parte del compendio Doce cuentos peregrinos, reunidos durante dieciocho años.
Dos jóvenes colombianos se enamoran y después de tres meses se casan y van de luna de miel a París. En el trayecto, Nena se pincha en un dedo con una espina de las rosas que le regala el embajador de Colombia en España. La herida no deja de sangrar y al llegar a París la chica tiene que ser internada en un oscuro y estricto hospital, donde Billy no puede acompañarla. La ingenuidad de la protagonista se pone de manifiesto cuando al pincharse, le dice a su pareja: Lo hice adrede para que se fijaran en mi anillo.
En el relato hay pasión en el amor, fragilidad en los personajes y falta de comunicación provocada por un país e idioma extraños. También hay un trasfondo social latente inducido por las diferencias de clase. Podemos decir que hay una mezcla de amor, tragedia y crítica social. También se puede afirmar que hay presencia de elementos del realismo mágico, imágenes surrealistas y formas propias del misterio, de la soledad y del sufrimiento.
El relato no sigue una estructura cronológica y hay un flashback que desemboca en el momento más trágico. García Márquez aprovecha un hecho contingente como pincharse con la espina de una rosa hasta convertir esta eventualidad en el elemento principal de la trama y en el recurso propicio para mostrar el amor entre Billy Sánchez, un gamberro adinerado, y Nena Daconte, una chica refinada. Este amor trágico muestra la vulnerabilidad de la protagonista y el abandono de su joven marido en una ciudad donde se sentía extraño y debilitado por la incertidumbre.